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Historia Publication logo Agosto 20, 2023

Guerrillas colombianas reclutan jóvenes indígenas en Venezuela

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Imagen courtesía de InfoAmazonia.

Cuando varios hombres llegaron a la pequeña comunidad indígena de Warekena en un rincón lejano de la Amazonía venezolana, a Alexander* le ofrecieron trabajo como conductor de una lancha a motor y él aprovechó la oportunidad. Así podía ganar dinero en efectivo, escaso en el mejor de los casos, especialmente desde el colapso económico que ha provocado una estrepitosa devaluación del bolívar, la moneda de Venezuela.

“Me dijeron que solo iba a trabajar para sostener a la familia”, dice el joven. Recuerda que los hombres lo llevaron a un campamento en la selva, a varias horas de distancia, y ahí vivió durante dos meses. Pero había una trampa. 


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“Cuando me quise ir ya no podía porque me dijeron que ya me estaba integrando al grupo, que era parte de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Ahí comencé la vida guerrillera”, dice. 

«Traía la droga de Colombia a Venezuela”, cuenta Alexander. «De Venezuela la distribuyen en aviones”. 


Escasamente poblado y densamente boscoso, el remoto estado suroccidental del Amazonas en Venezuela, limita con Colombia a lo largo del río Orinoco. Imagen de Bram Ebus.

Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) han utilizado durante mucho tiempo la zona para descansar, mover tropas, ocultar secuestrados y recibir atención médica. Sin embargo, después de la firma del acuerdo de paz de las FARC con el gobierno colombiano en 2016, los grupos disidentes comenzaron a aumentar su presencia en la Amazonía venezolana. Imagen de Bram Ebus.

Este movimiento coincidió con el aumento de la inseguridad y la escasez de medicamentos y alimentos que han llevado a más de 7 millones de venezolanos, alrededor del 25 % de la población, a salir del país desde 2014. Colombia alberga más migrantes venezolanos que cualquier otra nación. Imagen courtesía de InfoAmazonia.

En el lado venezolano de la frontera, las guerrillas colombianas reclutan a personas con ofertas de comida, trabajo y bienes, como teléfonos celulares.
Se aprovechan de la pobreza y el hambre que llevan a muchas familias a la desesperación. Con su comercio multimillonario de drogas ilícitas y oro ilegal, los grupos armados están cambiando la economía del estado venezolano de Amazonas. Imagen de Bram Ebus.

Las comunidades indígenas a menudo quedan atrapadas en medio de los grupos armados que operan en la Amazonía. El pueblo indígena al que pertenece Alexander, los Warekena, del que solo quedan unos pocos cientos en Venezuela y el norte de Brasil, se encuentra entre los amenazados por el desplazamiento debido a la violencia. La minería ilegal de oro y la presencia de grupos armados se han ido expandiendo a sus territorios ancestrales mientras arrasan con los recursos naturales. La UNESCO ha advertido que el idioma warekena podría desaparecer. Imagen de Bram Ebus.

Una isla secreta en el Orinoco

Al principio, la presencia esporádica de los guerrilleros en la pequeña comunidad de Warekena pasó desapercibida, pero pronto se quedaron y comenzaron a dar órdenes, y a controlar quién podía entrar y salir de la zona. Se hicieron cargo de la justicia local y de la aplicación de castigos, que iban desde advertencias hasta la expulsión por delitos como el robo. Imponían restricciones a la pesca y patrullaban la zona con gente armada.

A medida que los guerrilleros se atrevían más a atraer a los menores indígenas a sus campamentos, unas pocas docenas de familias de Warekena solo vieron una opción: escapar. El tío de Alexander, Francisco*, un líder warekena de 55 años, creó un plan. Organizó lo que dijo sería un viaje de pesca comunitaria en el Orinoco, pero en lugar de regresar a casa el grupo se instaló en una pequeña isla rocosa, una de las cientos que hay cerca a la orilla colombiana del río Orinoco. Bajo un sol abrasador, los warekena construyeron su propio campo de refugiados.


Una comunidad del pueblo Warekena se trasladó de Venezuela a una isla en el río Orinoco para escapar de las guerrillas que reclutaban a los jóvenes. Imagen de Bram Ebus.

Una mañana nublada pero sofocante, Francisco condujo una canoa por el borde de un bosque inundado y la amarró a un enorme afloramiento rocoso que formaba una isla. A pocos pasos de distancia estaba su hogar: una choza improvisada, construida con lonas de plástico, bolsas de basura y restos de madera. 

Sentado en un tronco, describe cómo su sobrino Alexander se vio poco a poco atrapado en la vida guerrillera en 2016. “Le agarraron primero de motorista”, dice. “Le dieron comida a su familia, a sus padres. Endulzaron a la familia. Y, finalmente, él se quedó”.

Francisco ve poco probable que la ocupación guerrillera termine. “No se van a ir”, dice. Sin embargo, añade dubitativo: “En una parte tiene algo de bueno”. 

El grupo guerrillero paga a los maestros, cuyo salario –a cargo del gobierno, cuando paga– se ha desplomado. También ayuda con combustible para transportar a los enfermos al hospital y castiga a los ladrones y delincuentes. La esposa de Francisco está cerca, preparando café en leña, y al escuchar las palabras de su esposo expresa su desacuerdo. “Son malos”, dice, “porque sé que se llevan a los hijos de uno”.


El precario nuevo hogar de algunos indígenas en una de las islas rocosas en el Orinoco ofrece a las familias algo de seguridad aunque todavía estén en territorio guerrillero. Imagen de Bram Ebus.

Tres hombres y dos mujeres jóvenes de la comunidad se fueron con los guerrilleros, pero solo Alexander –sentado al lado de su tío– regresó. Dos años después de huir, las familias subsisten con peces y cultivos que producen en pequeños huertos. La vida en la isla no es fácil, pero Francisco no está dispuesto a quedarse quieto mientras los guerrilleros arrebatan a los jóvenes de la comunidad a sus familias.

“Por eso nos vinimos”, dice. 

Tiene una preocupación persistente: su santuario todavía se encuentra en territorio guerrillero. Aún así ve la isla como un refugio, por ahora.

“Mientras yo no haga nada malo, no le tengo miedo a nadie”, dice. 

Campamentos guerrilleros, un espejismo de lujo

Para los jóvenes en el Amazonas rural, los grupos guerrilleros les ofrecen la ilusión de una vida mejor y los atraen con lujos desconocidos en sus comunidades hasta que pasan el punto de no retorno.

Eusebio*, un indígena de 30 años de otra comunidad, trabajó tanto para los disidentes de las FARC (facción que no se unió al acuerdo de paz entre la antigua guerrilla y el gobierno colombiano en 2016) como para el ELN. Condujo lanchas, transportó tropas, drogas y armas. Al igual que Alexander, comenzó a vivir en un campamento guerrillero cerca de su comunidad y disfrutaba de comodidades que no tenía en su casa. 

Es como un hotel. Ahí comen la mejor comida. Viven relajados viendo películas.

Eusebio, indígena que trabajó tanto para disidentes de las FARC como para el ELN

“Es como un hotel. Ahí comen la mejor comida”, dice, sonriendo, al recordar el campamento donde vivía con otras 100 personas, en casas de madera que ellos mismos construyeron. Había neveras llenas de carne, médicos para atender a los enfermos o heridos y televisión satelital. “Viven relajados viendo películas”.  

La relativa calma y seguridad de Venezuela, donde estos grupos no son perseguidos por las fuerzas de seguridad del gobierno, contrasta fuertemente con la vida en Colombia, donde los escondites, construidos de forma improvisada bajo la espesa selva antes de que el sol se ponga, son parte de la rutina diaria.

Pero para quienes están en Venezuela, la buena vida no necesariamente perdura. Los combatientes rotan cada dos meses y algunos son enviados a Colombia, donde viven bajo el mando estricto de comandantes y entre frecuentes combates. Los reclutas colombianos también pasan por campamentos venezolanos. “Llegan alegres”, dice Eusebio. “Aquí uno vive como un rey”.  

Alexander fue reclutado por las FARC cuando aún era menor de edad y se convirtió rápidamente en combatiente. Fue enviado a Colombia y rotó entre unidades de combate en zonas de conflicto como Guaviare, Arauca y Cauca. Este último, un departamento que queda a unos 900 kilómetros (casi 560 millas) de la frontera con Venezuela.

Y aunque los combates son poco frecuentes en el lado venezolano de la frontera, a veces ocurren entre las disidencias de las FARC y las fuerzas de seguridad venezolanas. Según Alexander, las fuerzas del gobierno que están en la zona fronteriza “tienen relaciones con la guerrilla, pero los que vienen del centro (del interior del país). Llegan y combaten”.


El Departamento de Estado de los Estados Unidos ha denunciado que las disidencias de las FARC y el ELN operan en Venezuela con «relativa impunidad» y ha acusado de complicidad al gobierno del presidente Nicolás Maduro.

En 2019, la preocupación sobre la participación de las disidencias de las FARC y el ELN en la minería ilegal de oro  fue uno de los factores que llevaron al Departamento del Tesoro de los Estados Unidos a aplicar sanciones a Venezuela. En 2020, el Departamento de Justicia de ese país acusó a Maduro de conspirar con las FARC para “inundar” de cocaína a Estados Unidos. 

En el estado Amazonas, el ELN –que actualmente mantiene diálogos de paz con el gobierno del presidente Gustavo Petro, con Venezuela como garante–, aumentó rápidamente de tamaño desde la firma del acuerdo de paz de 2016, que permitió el desarme de las FARC. Una facción disidente de ese grupo, el Frente Acacio Medina, que nunca suscribió el acuerdo y, por lo tanto, no se desarmó, tiene una historia más larga de presencia en la Amazonía venezolana.


Alexander pronto descubrió que la buena vida era más que nada un espejismo. Cuenta que a veces, luego de haber sido enviado  a cobrar “impuestos” o extorsiones a los mineros ilegales de oro, vio que un guerrillero de alto rango robaba parte del dinero y hacía que Alexander asumiera la culpa. “Algunos comandantes no dejan que progrese al que le va bien”, dice. “Intentan matarlo hasta que lo matan”.

Ser miembro de las FARC suele ser para toda la vida mientras que el ELN permite a sus integrantes abandonar el grupo bajo ciertas condiciones. Sin embargo, el reclutamiento forzado suele ser raro. Con pocas opciones de ganar dinero en sus comunidades, y de conseguir alimentos que frecuentemente escasean, los jóvenes se sienten fácilmente tentados a ir a los campamentos. Eso si sus padres no los han enviado antes. Quienes son reclutados suelen tener alrededor de 15 años aunque algunos son más jóvenes. 

Como en el caso de Alexander y Eusebio, a menudo la incorporación de estos jóvenes al grupo comienza con trabajos ocasionales, como conducir embarcaciones. Entrenan con una pistola falsa de madera durante unos tres meses antes de recibir un arma de verdad. 

“En la comunidad tú ves unos pelaitos con fusil de palo. Desde el más chiquito hasta el más grande carga sus fusiles de palo, jugando”, dice Eusebio. Con tres hijos que alimentar, vio en la guerrilla su única oportunidad de obtener dinero. “Yo trabajé ahí por necesidad. Por eso es que trabajé con ellos”. 

En la comunidad tú ves unas pelaitos con fusil de palo. Desde el más chiquito hasta el más grande carga sus fusiles de palo, jugando”, dice Eusebio. “Yo trabajé ahí por necesidad. Por eso es que trabajé con ellos.

Eusebio

“Casas de drogas en todo lado”

Venezuela no es un productor importante de coca, la materia prima de la cocaína. Pero como vecino de Colombia –el mayor productor de cocaína del mundo–, el país se convirtió en un exportador clave de esa sustancia. También se volvió un centro de procesamiento, con laboratorios de droga ocultos bajo la selva, donde se produce una gran cantidad de cocaína destinada a los mercados internacionales.

“Eran casas de drogas por todo lado”, dice Eusebio. “Son casas donde ellos almacenan las drogas que van para Brasil”. 

Los habitantes del Amazonas a veces se despiertan con el ruido de aviones que vuelan a baja altura. Varias fuentes, incluidos funcionarios colombianos, pobladores de la zona que vivieron entre los guerrilleros y los mismos Eusebio y Alexander, dicen que frecuentemente salen vuelos con cocaína hacia países de Centro y Sudamérica, como Brasil y Panamá. Según Alexander, los aviones son cargados y abastecidos por la tarde, y despegan alrededor de las 4 de la mañana. “Ellos andan de noche”.

Eusebio transportó cocaína a una pista de aterrizaje clandestina a dos horas de su comunidad natal. “El que lleva la droga no es de la guerrilla. La guerrilla está en el puesto, la monta en el avión, la custodia. Los que llevan la droga son los traquetos”, dice, usando un término que se refiere a los narcotraficantes. 

Según los dos indígenas, los laboratorios de cocaína están diseminados por todo el estado venezolano de Amazonas. Cuando se han almacenado grandes cantidades –cientos de kilos– de droga, salen cargamentos aunque no siempre en avión. Los traquetos también realizan largos viajes en barco para pasar la droga a Brasil.

Eusebio perteneció a un grupo de unos 10 traquetos que hacían viajes frecuentes de contrabando. Cuando uno llegaba a su destino, partía otro. Los ingresos de los envíos se repartían entre las disidencias de las FARC y el ELN, antiguos rivales, que ahora tienen un pacto para repartirse las ganancias, según Eusebio.

Presencia del crimen organizado y grupos armados

Para construir esta base de datos consultamos fuentes primarias y documentos en todos los municipios fronterizos amazónicos de Brasil, Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador y Bolivia.

Map courtesy of InfoAmazonia.

En sus viajes por el río Negro hacia la ciudad brasileña de São Gabriel de Cachoeira, lo acompañaban alrededor de ocho guerrilleros armados con fusiles automáticos y, a veces, con uniformes, pañuelos rojos y una bandera roja y negra.

 “Una vez llevé un cargamento de 530 kilos [1,168 libras]”, dice Eusebio. “Iba marihuana, iba cristal, que le dicen al perico (cocaína), y varios tipos de mercancía”. Las fuerzas de seguridad venezolanas, agrega, nunca los detuvieron.

En Brasil, grandes organizaciones del crimen se encargan de la droga y la distribuyen a compradores de todo el país, exportándola al por mayor a Europa y África. Pero Eusebio dice que nunca se reunió con miembros de bandas de narcotraficantes brasileñas. En cambio, afirma que entregó droga a oficiales brasileños corruptos.

Antes de que su barco llegara a São Gabriel de Cachoeira llegaron tres o cuatro policías uniformados, según Eusebio.  “Esperan hasta que oscurece para montarlo al otro bote”, dice. 

Los medios locales han informado de varios casos de funcionarios policiales brasileños involucrados en el tráfico de drogas en el Amazonas. La región ha experimentado un significativo aumento de las incautaciones de droga y se ha convertido en una importante ruta de tráfico desde la pandemia del covid-19.

El atractivo de las economías ilegales

El narcotráfico no es el único negocio lucrativo de las disidencias de las FARC en Venezuela. Aunque la minería fue prohibida en Amazonas por decreto presidencial en 1989, las minas ilegales de oro dejan cicatrices en la selva, en varias partes del estado, incluida la frontera con Brasil y las montañas de cima plana, conocidas como tepuyes, en el Parque Nacional Yapacana. 

Durante el tiempo que estuvo en la guerrilla, uno de los trabajos de Alexander consistía en recaudar dinero por protección –es decir, cobrar “vacunas”– de cada concesión minera en el Parque Nacional Yapacana y una zona llamada La Esmeralda.

“La regla fija era un kilo de oro por cada explotación minera”, dice. “Tiene que estar completa la ‘vacuna’ (extorsión) para entregarla a ‘El Viejo’”, el comandante.  Si los mineros no pagaban, él los llevaba al comandante, dice, y agrega: “A algunos los mataron”.


Tras la pista del oro ilegal

Mientras que parte del oro extraído ilegalmente en Venezuela se trafica localmente en Caracas o a través de Brasil, traficantes de oro y documentos policiales, obtenidos por Amazon Underworld, indican que cantidades que varían de decenas de gramos a kilogramos, se introducen de contrabando a Colombia, a través del río Atabapo, en barras de jabón, envases de desodorante, sostenes o en las partes íntimas de mujeres. 

Pueden venderse en tiendas de oro en Puerto Inírida o transportarse en vuelos desde el aeropuerto local, donde un traficante de oro colombiano afirmó que la policía recibió sobornos. Un contrabandista dijo que llevaba cinco kilos de oro por el río Vichada a la ciudad de Santa Rita y luego por carretera a Medellín.


Las disidencias de las FARC han convertido el Amazonas en una potencia económica, de donde proviene financiamiento para sus operaciones en Colombia o en cualquier otra parte de Venezuela. 

“Ahorita no están trabajando más por el pueblo, como dicen, sino por la guerra, por las rutas del narcotráfico”, dice Alexander. “Como dicen ellos, según algunos, ya no es más por política. Están peleando por las rutas de la coca, la minería y todo eso”.

El resultado es una oportunidad económica a la que a los jóvenes les cuesta resistirse.

“La falta de recursos económicos en las zonas indígenas y mineras ha sido la oportunidad perfecta para maniobras de convencimiento por parte de los grupos irregulares, vendiendo una política de desarrollo y seguridad”, dice un maestro indígena y líder comunitario. “Al mismo tiempo, el manejo de moneda extranjera en grandes cantidades ha provocado la aceptación de estos grupos irregulares en comunidades y zonas mineras bajo el conocimiento del gobierno”.

La guerrilla es generosa con regalos para los jóvenes. “Les dan cosas, motos, incluso comida, y esto les genera una deuda”, dice un experto en educación en el estado de Amazonas.  “La forma de pago es juntarse a ellos. Antes de que se den cuenta, ya hacen parte de una organización criminal”.


El brazo de una muñeca yace en el suelo de una casa, en la isla de la comunidad Warekena. Imagen de Bram Ebus.

En San Carlos de Río Negro, una pequeña localidad a orillas del río del mismo nombre, que limita con Colombia y conecta con Brasil, la mayoría de los estudiantes han abandonado la escuela. En el año escolar 2020-2021, 204 niños se matricularon, pero 50 dejaron los estudios por razones desconocidas, otros 50 fueron reclutados por “grupos irregulares” y 34 se fueron a trabajar en las minas de oro. El siguiente año escolar, solo 70 niños se presentaron. 

Un alto funcionario del estado Amazonas, que pidió no ser identificado, admite que muchos estudiantes y maestros abandonaron la escuela para trabajar en las minas o unirse a grupos armados. 

“Hay abandono estatal y entran a estas actividades ilegales”, dice, y agrega que el Estado carece de recursos para visitar comunidades a las que solo se puede llegar en avión o por río, lo que a veces exige semanas de viaje.

En la isla rocosa del río Orinoco, Alexander –el joven warekena que ahora tiene 20 años– sabe que tuvo suerte. Cuando fue capturado por la Armada colombiana en el río Inírida, los oficiales no sabían qué hacer con un combatiente extranjero, menor de edad e indocumentado. Un teniente le dijo a Alexander que era demasiado joven para ir a la cárcel y que si declaraba que se había entregado voluntariamente, lo dejarían libre.

Sentado en un tronco, Francisco –el líder de la comunidad– mira a su sobrino y suspira. 

“Yo no les obligo a estar porque son mayores de edad”, dice sobre los jóvenes de más edad de la comunidad. Sabe que el traslado a la isla no cambió las condiciones que llevaron a Alexander y a otros como él, a los campamentos guerrilleros. Escapar de su comunidad no es una solución a largo plazo.

Mira por encima del río hacia la selva venezolana del otro lado.

“La puerta está abierta”, dice. 

*Los nombres fueron cambiados.

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